sábado, 24 de abril de 2010

LA ESPERA DEL ÓBITO

No recuerdo la primera vez que escuché de ella, tampoco recuerdo si algún día hablamos claro. Recuerdo cuando en un viaje a mi antiguo mundo, aquel que hace rato no hacía parte de mi tiempo, fuimos por ella y ahí estaba, tendida en una cama, postrada ante el tiempo.
Tal vez se extrañó al vernos, imagino que sólo reconoció a mi tío, sino lo reconoció no la culpo, temo que su memoria le empieza a fallar. Ya su jadeo se siente más débil, aunque hace un gran esfuerzo. Probablemente su corazón lloró al pensar que entraría en la lista de problemas familiares. En ése instante pensé tanto, mis oídos se taponaron, era solo ella y yo, ella con la extrañeza de quien la estará mirando y yo imaginando cuales serían los pensamientos que le recorren, ahogado en un silencio ensordecedor que apuñalaba mi alma. ¿Qué harán conmigo? ¿A dónde me irán a llevar? ¿Me llevarían a mi casa a esperar que la soledad y el tiempo me consuman? ¿No tendrán el poco de dinero para mantenerme aquí? Son muchos interrogantes que me surgieron simplemente viéndola pensé que éstas eran sus preguntas. Y ahí estaba yo, primera vez que la veía, ya antes mencionada por mi madre y mi padre. No decía nada, simplemente observaba a mi tío hablar con la coordinadora del lugar.
Mi tío la cargo desde aquel cementerio de vivos hasta el carro y de allí hasta la habitación de atrás. Ahora, después de convivir con ella, las cosas no han cambiado mucho, se sienta en el balcón observando la gente pasar, ha perdido la noción del tiempo, aunque ya camina sus pasos son pesados como si quisieran labrar su tumba. Las cosas fundamentales se le trastornan, cerrar la puerta del baño, no salir en interiores, comer, etc. Todo esto se le olvida. Es aquella Epifanía, ya por muchos olvidada, aunque creo que éso no le importa quizá sí, y se dedica a callarlo, se ha convertido, como dice mi prima, en parte del inventario de mi casa.
Ahora con claridad me atrevo a decir que recuerda a sus familiares, le he preguntado y con dudas responde donde se encuentran, pero segura de quienes son, me habla de sus sobrinos y su hermana. No tiene hijos pero los sobrinos los quiso como suyos. Cuatro generaciones después se encuentra jugando y peleando con mi sobrina, y ahí está ella, Epifanía, con su genio juvenil de precoz enfurecimiento. Estará esperando que el tiempo haga su parte, que el óbito que toca a la puerta, entre sin permiso y se desmorone sobre ella, mi tía, mi tía abuela.

miércoles, 21 de abril de 2010

AQUELLOS Y AQUELLAS


Aquellas viejas casas, aquellas que me hacen sentir en casa, aquellas que evocan los sueños, aquellos de niños que corren en calles de piedras huyendo hacia la lluvia. Aquellos tiempos en el que el tiempo no existía. Recuerdo cuando salíamos en mi mundo, todo lo que existía giraba alrededor de éste mundo, aquel en que el punto más distante a recorrer era ir donde doña Tere, que nos acogía en su casa con un incondicional cariño que, sabiendo que era lo más lejos del mundo, quería volver. Salía a correr con mi hermano en una bicicleta contra pedal, las contiendas eran constantes, quien manejaba y quien se montaba en los tacos. Salía corriendo para donde mi madre que trabajaba en un almacén de ropa. Y cuando llegaba la noche, ese lazo ciego que nos une, soslayaba cualquier rencor.

Taciturno en el tiempo, me transporto a ese mundo, a ese pueblo, a mi Yolombó del alma. Aquel pueblo que albergaba a mi familia, aquella que con el tiempo he ido perdiendo, cada vez todos mas distanciados, el día de mañana sólo quedaran en el recuerdo vago, aquel que se cree estar en la memoria pero se siente en el corazón. No se pierde lo que no se tiene, pero a todos los recuerdo y a los que no conozco, los pienso. Aquel pueblo que hoy por hoy sólo lo veo en el mapa, aquel que convirtió mi mundo en un infierno, el que cambió mis límites, los de doña Tere.